sábado, 12 de septiembre de 2015

Víctor Miguel tiene como heroica y colosal destreza "entender a Góngora" y, a mayores, "versificar en redondillas y en silvas cuando la ocasión lo amerita".

Descubre a este hispanista y humanista, oriundo de lo que un día fue Nueva España, en CSO: Comunidad Siglo de Oro.




CITA EXPRÉS

Amado de Jesús Rodríguez


  


"Sembrando café en las alturas,

no habrá sequía en la llanura"



Sin duda el café es una bebida identificada con lo más sofisticado de la sociedad; doquiera que se vaya, pareciera una norma inquebrantable, si hay café hay intelectuales, hay cultura y hay poesía. Sin embargo, lejos del encanto fascinante que despiertan el refinamiento y la elegancia del literato, del filósofo, del historiador o del artista, el café es el hijo de la tierra de labranza, escenario que rara vez concuerda con los bucólicos paisajes que tantos ingenios, a lo largo de la historia, se han esmerado por confeccionar, con más ideales que semillas y harto más sueños que agotadores trabajos en el campo. Si es verdad que la cosmopolita sociedad urbana ha adoptado esta bebida como emblema de su cúspide más preciosista, también es cierto que el café es primero vástago y discípulo del campesino que lo siembra y lo cultiva. 

En el Viejo Mundo la historia de los granos de café se puede rastrear hasta finales de la Temprana Edad Media, pero en el Nuevo este singular rubiáceo no se conoció sino a mediados del siglo XVI. Las primeras ciudades americanas que consumieron consuetudinariamente el afamado brebaje fueron Boston, Nueva York y Filadelfia; cabe destacar que el cafeto no se cultivaba en el continente sino que se compraba el grano a las metrópolis europeas.

 
Según algunas fuentes de pasmosa exactitud ha de situarse la llegada del café a América en calidad de cultivo en 1715, mientras que otras defienden que ocurrió ocho años más tarde. Sin reparar demasiado en las fechas, lo cierto es que para antes de la tercera década del siglo XVIII la cosecha cafetalera era próspera y popular. Las favorables condiciones de la tierra americana permitieron que el nuevo cultivo se propagara de tal manera que llegó a desplazar a otros oriundos como el cacao. Asimismo, la encarnizada competencia entre británicos, españoles, franceses y holandeses por explotar las riquezas del nuevo continente estimulaba a los comerciantes, soldados y agricultores a buscar nuevas cosechas con las cuales entrar en la carrera económica y enriquecerse. 

A la Nueva España el café llegó de Las Antillas en 1790 o 1796, pocos años antes de que el virreinato se convirtiera en el joven y bárbaro México. Se le destinó la región de Córdoba, en el actual estado de Veracruz, como principal centro productor. La guerra de independencia en 1810 pudo haber inhibido el cultivo (parece conveniente apuntar que no por capricho del cura Hidalgo, pese a que se cuenta que él era más afecto al chocolate y dicen que disfrutaba de una taza calentita la madrugada del dieciséis de setiembre, cuando le notificaron que su libertaria conspiración había sido descubierta).

 
Pero a medida que los tambaleantes gobiernos nuevos comenzaban a ganar cierta estabilidad, como niños que aprenden a caminar por cuenta propia, el café fue uno de los productos más favorecidos por las leyes, ya que su exportación (y no tanto su consumo) era uno de los pilares que fortificaban la dañada economía nacional. 

Todo lo anterior ha sido necesario, en parte, para comprender el motivo de la cita que hoy he deseado compartir con ustedes, ya que mucho se dice sobre el placer que comporta beberse una, dos o diez tazas de café, pero casi nunca se habla de su accidentada producción. De igual manera, hablar de México y de sus cafetales es hablar de un país que exporta un producto de primera calidad, pero cuya población apenas se interesa en consumir. 

En la actualidad esta nación azotada por la violencia, el crimen organizado y una ciudadanía pasmosamente pasiva (que se empeña más en conocer el destino de “El Piojo” Herrera en vez de encaminarse hacia un mejor futuro) ocupa el 9º lugar en la producción mundial de café. En varias entidades se cultiva el preciado grano; las principales son, en orden de importancia, Chiapas, al sur; Veracruz, en la costa oriental; Oaxaca, en la costa suroccidental; y Puebla, en el centro, que en conjunto logran el 84% de la producción nacional. La cita de hoy ha emergido no de la pluma erudita de un ínclito poeta, admirador de Homero y de Cervantes y discípulo de Pamuk y Vallejo, sino de un humilde campesino oaxaqueño: Amado de Jesús Rodríguez. 

 
Don Amado es el último patriarca de un clan cafetalero arraigado en San Pedro Pochutla, poblado costeño que, a diferencia de otros que se ubican en locaciones semejantes y por ende se dedican a la pesca o al turismo, consagró sus fértiles tierras al cultivo del café. Durante las décadas de los 70 y 80 la tierra parecía bendita; se producía y se vendía en grandes cantidades, lo que motivó que los pobladores no se interesasen en actividades ajenas a la agricultura. Sin embargo los días felices poco a poco fueron terminando. 

Como ya he dicho antes, México produce mucho café, pero aprovecha para sí muy poco (las estimaciones oficiales dicen que apenas se consume 1 kg al año por habitante… ¡imagínense!), lo que dificulta las cosas para los productores, que constantemente bregan por colocar su mercancía en la mira de países como Bélgica, Alemania o Estados Unidos. En parte este fenómeno ha afectado al clan de Pochutla. Ante semejante panorama no debe sorprender que el mercado rara vez, o nunca, se apiade de los que no resultan favorecidos por su dorada balanza. 

Otro gran factor que ha lastimado la región es la roya, que recientemente ha destruido los cultivos de más de 70 municipios, pero ha devastado hectáreas enteras desde 1981. Sin embargo, inspirado por su amor al campo y al café, don Amado ha promovido la introducción de nuevas cepas, resistentes a la plaga, con las que espera recuperar el ritmo de producción y la calidad que hace casi cuatro décadas trajeron la bonanza a la costa oaxaqueña. 

La variedad que los Rodríguez quieren que prospere es conocida como “Oro Azteca” y fue creada por el Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuniarias (INIFAP). El objetivo no es sencillo ya que se trata de una cepa nueva que, a pesar de su sólida constitución genética, todavía no ha conocido el suelo mexicano en su más prístina y silvestre modalidad. Asimismo, lograr la adaptación de la planta es apenas uno de los peldaños; resta convencer a los demás agricultores de que apuesten por esta especie, lo cual no siempre es sencillo, ya que toda introducción supone un alto riesgo; ¿qué pasa si el Oro Azteca no se adapta? ¿Qué ocurre si no es tan resistente a la roya y termina sucumbiendo? ¿Y si no es tan bueno como el arábigo que se cultiva en la actualidad y los clientes no lo quieren? Cada duda no es sino el temor a que el remedio salga peor que la enfermedad, como se dice en estas tierras. Abandonar un cultivo conocido por uno de reciente creación puede suponer pingües ganancias si todo sale bien, pero si Fortuna no es propicia las consecuencias pueden ser nefastas: pérdidas cuantiosas, deudas impagables, bancarrota, quizá incluso la necesidad de vender los terrenos y dedicarse a otra cosa para seguir subsistiendo. Muchos terratenientes, gentes folclóricas y tradicionales donde las haya, prefieren apegarse al viejo refrán: “más vale malo por conocido que bueno por conocer”, saben que no están en condiciones para asumir el riesgo. 

 
No obstante es cierto que la peor lucha es la que no se hace, así que para contrarrestar los temores y demostrar que el café oaxaqueño puede volver a los mercados internacionales pisando fuerte, don Amado ha propuesto además técnicas de cultivo sustentable, con el objetivo de facilitar la adecuación del Oro Azteca al entorno y maximizar el aprovechamiento de recursos sin perturbar el ecosistema. Con el ejemplo por amar y mucha esperanza por escudo, el viejo agricultor se decidió a comenzar esta cruzada en pro del café al grito de: “Sembrando café en las alturas / no habrá sequía en las llanuras”, lema con el que distingue sus plantaciones en la accidentada superficie oaxaqueña (de ahí la mención de las alturas) y al que se aferra con el ferviente anhelo de ver nuevamente sus granos en el mercado pero, sobre todo, en el corazón de los asiduos bebedores del aromático y oscuro néctar.

 
Esta historia, aunque actual e inconclusa, noble senado, espera tener gozosa continuación en obra de dos o tres años, cuando el fruto del cafeto esté listo para que las laboriosas manos de los Rodríguez y sus trabajadores lo recojan, beneficien y obtengan un grano fragante y listo para procesarse. Entre tanto, caro lector, cara lectora, la próxima vez que disfrutes de una exquisita taza de café, recuerda que te bebes la sangre de la tierra, la auténtica poesía del campo, y das al campesino sustento y motivo para seguir labrando.


SI QUIERES LEER LA ENTRADA ANTERIOR DE ESTE BLOG:
http://vientodemisvelas.blogspot.com.es/2015/09/jose-florentino-menendez-alvarez-es.html



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sábado, 5 de septiembre de 2015


José Florentino Menéndez Álvarez es, básicamente, sinestésico: 

"En ocasiones veo... Música". 

Y se gana la vida conduciendo un camión, en cuya cabina no suena Radio Olé, sino "los más grandes compositores, directores, intérpretes, cantantes, orquestas, solistas y coros". Tú también puedes "ver música" en su blog, Momentos Florentinoshttp://www.momentosflorentinos.com/





SOY CAFÉ

Por José Florentino Menéndez 



"Entra un señor en un café y... ¡CHOF!".
(Chiste malo).


 


-Vaya, pues empezáis bien, Milord...

-¡Oh!, apeadme los tratamientos don José Juan, que a vuestro lado siempre serán ensombrecidos. Sí, quizás os parezca una vulgaridad comenzar con tan mal chiste, pero no me negaréis que es una buena manera de asegurarnos que de aquí en adelante todo puede ir a más, a más mejor, entendedme...

-Entiéndoos, pero ¿qué tal si empezamos este café?

-Empecémoslo pues, pero para hacer un buen café, empecemos por el principio: yendo al grano:



Moliendo café. 

Cuando la tarde languidece 
renacen las sombras. 
Y en la quietud los cafetales 
vuelven a sentir. 
esta triste canción de amor 
de la vieja molienda. 
Que en el letargo de la noche 
parece gemir. 

Una pena de amor 
una tristeza. 
Lleva el zambo Manuel 
en su amargura. 
Pasa incansable la noche
moliendo café.



 En 1999 dos músicos británicos, la violinista Lizzie Ball y el violonchelista Graham Walker, enamorados de los ritmos populares latinos, tras conocer al pianista colombiano Iván Guevara, formaron el trío Classico Latino, no tardando en obtener un muy merecido éxito que les llevó a dar la vuelta al mundo con esta mezcla de culturas, la clásica de la vieja Europa con la popular de Latinoamérica. El disco en el que se incluye este fantástico Moliendo café, fue grabado en los míticos estudios londinenses Abby Road, contando con la colaboración de varios artistas internacionales de los que quiero destacar a la violinista rusa Dunja Lavrova, quien, por cierto, se confiesa una apasionada del café.
  
En cuanto al tema Moliendo café, parece ser que fue escrito y compuesto en 1958 por el músico venezolano José Manzo quien se lo entregó a su sobrino Hugo Blanco para que lo interpretara y que éste, con el paso del tiempo, fue atribuyéndose también su composición, dando lugar a una polémica aún no resuelta sobre una de las canciones más traducidas y versionadas del ritmo latino.



Hola, mi nombre es José Florentino y... soy café. 

Y ahora saldrán un montón de estudiosos de la cosa científica poniendo el grito en el cielo para dejar claro por enésima vez que lo que somos es agua. ¿Somos?, no, ¡sois!, señores estudiosos de batas blancas, carreras, másteres y doctorados. ¿Agua?, ¡AGUACHIRRI! 

Soy café, sí, como demostraron los resultados de mi última analítica, y que años ha que no he vuelto a repetir por temor a terminar en el laboratorio de alguna renombrada universidad; ¿como curioso estudioso?, preguntaranme ustedes; no, respóndoles yo, como raro estudiado; en un frasco de formol, entiéndase. 

-"Verá, caballero, los resultados de su analítica..., el caso es que le hemos encontrado... unas gotas de sangre en el café".




 Soy café, amo el café y tomo mucho café y creo que por eso estoy aquí, agradecido y emocionado, gracias por venir (snif), invitado por don José Juan Picos Freire al Viento de sus velas, templo del buen gusto y de mejor vida que, como el hermoso post anterior, de Casaseca, me retrotrae a tiempos y lugares archivados en la memoria, de aromas a tierras y maderas húmedas, a la casa de los abuelos, a pocillo de café de manga hecho sobre la cocina de carbón y recién molido en aquellos maravillosos molinillos de madera y manivela, al bota un poquiño mais, a hogaza de pan, a picadura y yesca, a radios de válvulas que antes ya eran viejas y ahora serían vintage, a viejas historias de escaseces, achicorias, estraperlos... Pero para recuerdo imborrable, el de aquel primer café hecho por mí, aún siendo un crío, en la vieja cafetera Moka, o italiana, para orgullo materno de una madre a la que pocos orgullos más le pude conceder y de la que, aparte de la extrema belleza que me adorna -tema del que no voy a comentar más, por no aburrir-, también heredé el gusto por el líquido elemento que nos ocupa. 


 
 

Pues sí, ya me he llevado por delante muchos cafés, lo malo es que la mayoría de ellos ni siquiera merecen tan hermoso nombre. Supongo que como musicópata y cafetómano empedernido, debería centrar esta ponencia relacionando ambas artes, pero aconséjanme la prudencia y la cordura que, por cortesía hacia nuestro anfitrión, no ha de estar bien acudir a casa del Maestro a dar clases, no me vayan a salir con aquello del maestro Ciruela, el que no sabía leer y puso escuela; y no habría de faltarles la razón, pues, aparte de un jarra de café reclamada en la primera escena del Don Giovanni de Mozart, sólo conozco la famosa Cantata del café, de Bach, ya espléndidamente servida en este magnífico blog que hoy nos acoge: enlace aquí.

Por la tanto, y por lo tonto, centrareme en la cosa social.


 

Hola, buenos días; un café, por favor. Silencio, pero sólo de boca, que del ruido ya hablaremos. Camarera que se da la vuelta y me mira fijamente, muda, con el cacito -o como se llame- de la cafetera en una mano, la otra en la cintura, levanta una ceja, no, no lo digas, suplico en pensamientos sin apartar la mirada, no me falles, vamos... ¿Solo?, me falló; pero tranquilícese el lector, voy ahorrarle el chiste de bueno, pues póngame dos; sí, solo y sólo, y aquí siga manteniendo la calma el respetable, que tampoco voy a hablar sobre la conveniencia de tildar o no ciertas palabras que ya no se tildan, nuevas costumbres contra las que me rebelo ferozmente, ah, y tampoco les torturaré con que debe decirse tildar y no acentuar, porque acentuar acentúanse todas y blablablá... ¿Por dónde íbamos?, ah, sí: sí solo y sólo, y unos eternos dos segundos después, que os juro que a mí me parecieron cuatro, obsequiome la interfecta con un doble levantamiento de cejas seguido de una sonora pompa de chicle y una vacilona media verónica para colocar el cacito de la cafetera -o como se llame el dichoso chisme- en el portacacitos -o como se llame el dichoso portachismes-, rematando la faena en increíble -por perfecta- sincronización con un estiramiento hacia abajo del sutil vestido empeñado en negar las newtonianas leyes gravitatorias, allá por los cuartos traseros, con la mano libre que antes reposaba en más castas cotas. Sí, el primer solo, porque es obvio, y el segundo porque es el único que me vas a servir, preciosa, pensaba yo en creciente desagrado a medida que me iba autoconvenciendo de que aquel no iba a ser el café de mi vida.


 


Vamos a ver, si no trabaja usted en una de esas cafeterías para neo-gourmets en las que los cafés y sus deconstrucciones tienen nombre compuesto, media docena de apellidos, pedigrí y árbol genealógico, ¿tan difícil es de entender? Un café es un café, agua caliente con café molido y azúcar opcional; y punto. Todo lo demás son variantes, sí, algunos -pocos- exquisitos; la mayoría nauseabundas aberraciones: subcafés

Tomé asiento junto a la ventana con vistas a la carretera y como aún me quedaba media hora de parada, la dediqué a pasar revista a aquel deprimente local no tardando en vaciarlo mentalmente de todo lo prescindible, que era mucho, y de remodelarlo a mi antojo, eso sí, conteniéndome en lo posible por no venirme arriba con los recargados estilos barrococós que tanto me gustan. Hasta a aquel triste brebaje empezaba, en mis ensoñaciones, a pillarle el gusto; no llegaba a un Jamaica Mountain Blue, agitado, no revuelto, pero tampoco era el agua de fregar que parecía hace un par de párrafos. 


 

Empecemos por el nombre. Me decanto, más por romanticismo que por otra cosa, por la denominación de Café, en detrimento de los Restaurante, Cafetería, Bar, Café-Bar, Piano-Bar, Saxo-Bar, Violonchelo-Bar, Timbales-Bar..., y siga así el lector hasta completar la Filarmónica si lo desea, que un servidor se cansa. Como nombre propio me quedaría con un insinuante Sotto voce, a ver si el respetable se da por aludido y empezamos a combatir esa horrible y desagradable costumbre española de hablar a gritos do quiera que moremos. Café Sotto voce, sí, es cuqui.


 

Fuera toda clase de máquinas tragaperras, expendedoras y lúdicas con sus insufribles sintetizadas sintonías. ¡Fuera televisores, al infierno con ellos! ¿Y si hay fútbol?, ya estamos, ¡como si hay voley-playa femenino!, eh..., bueno, la verdad es que una pantallita plana en superultramegaHD, de 50 pulgadas de nada, se guarda en cualquier rincón, ¡pero sólo para casos de emergencia! Suave iluminación sin caer en la penumbra, con luces indirectas y una lamparita por mesa, suficiente para permitir la cómoda lectura de un periódico, o de un libro, quizás una partida de ajedrez, o de parchís, ¡los dados de goma! Nada de cocina, aquí se viene ya comido, y a ser posible, descomido. Un barman -o barwoman- experto en cócteles y esas cosas, pero sobretodo, maestro cafetero, en toda clase de cafés y derivados, o sea, subcafés, ¡ojo!, pero gourmets, con las mejor selección de cafés del mundo a su disposición. 

 

En aquella esquina del fondo, sí, lo veo, un pequeño escenario, ¡con un piano!, actuaciones en directo por las noches, música, mucha música, suave, relajante, acompañadora. Clásicos, boleros, coplas y por supuesto jazz, mucho jazz. Sí, ya lo veo, lo veo, ¡lo estoy viendo!, me está viendo, me está mirando. Fijamente. ¡La camarera! Me está mirando, absorta, apoyada en la barra. Sólo por el lento rumiar del bien amortizado chicle sé que su cuerpo aún alberga algo de vida. Simple, pero vida al fin y al cabo. Parece hipnotizada o, peor aún, parece querer hipnotizarme, como anhelando conocer mis bucólicos pensamientos.

Aaah, muchacha; si te contara...

Si te contara.

Si tu supieras 
Mi sufrimiento 
Si te contara 
La inmensa amargura 
Que llevo tan dentro 

La triste historia 
Que noche tras noche 
De dolor y pena 
Llena mi alma 
Surge en mi memoria 
Como una condena 

Si tu supieras 
Te importaria 
Si te dijera 
Que en mi ya no queda 
Ni luz ni alegría 

Que tu recuerdo 
Es el daño mas fuerte 
Que me hago yo misma 
Por vivir soñando 
Con que tu regreses 
Arrepentido.




Precioso bolero en clave de jazz incluído en uno de los discos más hermosos, tanto por dentro como por fuera, que tengo la suerte de poseer. Una producción de Fernando Trueba y Nat Chediak, del año 2006, interpretada por la simpar artista española Martirio, precursora en la llamada fusión de músicas y estilos, que acompañada de un muy excelente plantel de músicos nos deleita con 12 boleros en versión jazzística que conforman una obra excepcional e imprescindible para los amantes de ambos géneros musicales y para gourmets de la belleza artística. Acompaña a la cantante en este tema el contrabajista checo George Mraz.


Bueno, pues si os parece nos tomamos un últim... ¡oh!, disculpad, llaman a la puerta... 

-¡Uy!, hola, cariño, ¿qué tal el día?, oye, antes de que se me olvide, ¿como se llama el chisme ese en que se echa el café ya molido y luego se fija en la cafetera?

Vaya, parece que viene un poco espesa, por el cansancio. Se me ha quedado quieta bajo el quicio de la puerta, mirándome pasmada. 

-Portafiltro. 

-¿Portafiltro? Pues vaya, ni media vuelta le han dado. Claro que bien pensado llamar portafiltro al chisme que porta el filtro pues..., que... 

Aún me mira. Y suspira. Pone los ojos en blanco adornando el gesto con un doble levantamiento de cejas seguido de una sonora pompa de chicle y una vacilona media verónica, para rematar con un paseíllo de cuatro segundos que os juro a mí me parecieron dos, camino de la habitación, mañana viene mamá a tomar café, me regala mientras se alejan aquellos bamboleantes cuartos traseros protegidos por la mano que vela por el cumplimiento de las leyes gravitatorias pero que nada puede ante la soñadora mente de quien contempla tanta belleza. Play, play it, play it again...


As time goes by.

You must remember this
A kiss is still a kiss
A sigh is just a sigh
The fundamental things apply
As time goes by

And when two lovers woo
They still say: "I love you"
On that you can rely
No matter what the future brings
As time goes by

Moonlight and love songs
Never out of date
Hearts full of passion
Jealousy and hate
Woman needs man
And man must have his mate
That, no one can deny

It's still the same old story
A fight for love and glory
A case of do or die
The world will always
Welcome lovers
As time goes by


Debes recordar esto:
Un beso es sólo un beso,
un suspiro es sólo un suspiro.
Las cosas fundamentales suceden
mientras pasa el tiempo.

Y cuando dos amantes se atraen,
todavía se dicen: "Te quiero".
En eso puedes confiar,
no importa lo que traiga el futuro,
mientras pasa el tiempo. 

La luz de la luna y las canciones de amor,
nunca pasan de moda.
Los corazones llenos de pasión,
celos y odio.
La mujer necesita al hombre,
y el hombre debe tener su compañera,
eso, nadie lo puede negar. 

Siempre la misma vieja historia,
una lucha por el amor y la gloria,
un caso de morir o matar.
El mundo siempre dará la
bienvenida a los amantes,
mientras pasa el tiempo.


Homenaje a Ingrid Bergman por el reciente centésimo aniversario de su nacimiento. En el Rick's Cafe quizá no se sirvieran muchos cafés, pero, en este caso, ¿quién los necesita?


En fin, como os decía antes, podíamos tomarnos un último café... 
-Cariño, se me ha atascado la cremallera del vestido, ¿me ayudas?
O no.



¿Te ha gustado esta entrada de José Florentino Menéndez? Pues la próxima semana comienza la nueva temporada de CITA EXPRÉS con una entrada, desde México, de mi admirado Víctor Miguel, que nos hablará de la historia del café en su país, lejano en el mapamundi y cercano en el corazón.

¿QUIERES PROBAR MI NOVELA CON AROMA DE CAFÉ?